Rio de la Plata

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Tuesday, September 24, 2013

Hoy, después de un desayuno retrasado por la tarea de alimentar, alistar y llevar a los chicos a la escuela, me encontré sentada en un bar leyendo el diario y (en realidad) escuchando a una ruidosa mesa de al lado, en que 6 mujeres de más o menos mi edad, comentaban cuestiones personales. Dejé de escuchar cuando empezaron a discutir cuál era el largo adecuado de las faldas que debían usar para no se qué evento religioso de sus hijas (confirmación, creo... como me gustaría que las ayuden a reafirmarse como mujeres fuertes e independientes, pero eso en la iglesia católica no juega).
De todos modos, la situación me llevó a pensar en mis amigas. Todas mujeres feroces, inteligentes, sensibles, y vamos a decirlo rápidamente geniales. Y aún así no han (no hemos) logrado desligarnos de la baza, de esa velocidad para emitir juicio sobre las otras. Hablo de mujeres con hijos, mujeres que quieren tener hijos pero les ha resultado muy difícil. Mujeres que sencillamente no quieren hijos. Cada una con sus propias causas, sus motivos, que por mucho que sean explicados no dejan de ser propios y a veces ni nosotras mismas elucidamos las causas últimas de nuestras decisiones.
Lo que digo es que me impresiona qué rápido que nos juzgamos unas a otras. Porqué tuvimos hijos o no. Porque los amamantamos 3 meses, o 2 años, o nada. Porque al mes tenían un remplazo para cuidarlos, o porque paramos el mundo para cuidarlos. Porqué... lo que sea.
Decimos de forma pomposa y grandilocuente que cada individuo es su propio mundo, pero sin pena ni pausa vamos juzgando esos mundos individuales como si tuviéramos con qué. Presumo que porque crecimos juzgadas, siempre un paso atrás, tratando de pasar adelante. Siempre tratando de mostrar y demostrar que también podíamos; incluso desde nuestro aceradísimo discurso feminista.
Juzgamos con una dureza draconiana a nuestras pares, aún por encima del discurso de solidaridad que profesamos y creemos. La pervasividad del discurso machista y patriarcal cala más hondo que lo que conscientemente aceptamos (o incluso queremos creer), entonces juzgamos, como si tuviéramos derecho. Desde nuestro pedestal emitimos sentencia: "muy mal hecho, debería haberlo hecho así", que mala madre que deja a los chicos, que mala mujer que deja de trabajar, que boluda, mirá lo que hace... para que los tuvo si no va a estar con ellos (los chicos)? Para qué pasó 20 años estudiando para dedicarle a cuidar a esos críos? Y todas las versiones intermedias, edulcoradas o no, del mismo argumento.
Propongo parar. Dejar la logica juzgadora del patriarcado. Tomar la vida y las circunstancias, mirar un poco el propio ombligo.
Bueno, eso, decidí tratar de juzgar menos, escuchar(me) más, y ver que pasa.

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